Hoy hablaremos de una extraña película de un todavía más extraño director: Dune, de David Lynch. A nada que entendais un poco de novelas de ciencia ficción rápidamente habréis recordado el libro en que se basa la adaptación, y de la que toma prestada el argumento. No sin moldearlo, eso si, a la pintoresca visión de Lynch.
Los Atreides son una familia de aristócratas de rancio abolengo en una época en que los viajes interplanetarios ya no suponen ningun problema. Bajo la autoridad imperial, les es conferida la explotación del planeta Arrakis, un desierto cohabitado por gigantescos gusanos inmundos, y cuyo único (y nada desdeñable) mérito es el de ser el único lugar del universo en que se produce «La especia», un compuesto químico imprescindible para realizar viajes espaciales, y de cuya puntual explotación depende el orden establecido. Pero no les resultará tarea fácil, pues los Harkonen, otra familia noble y antiguos gobernadores del planeta, no estarán dispuestos a entregar la plaza sin luchar.
En el apartado técnico se nota el pulso de Lynch al volante: Destaca un rodaje convencional alternado con requiebros artísticos de inspiración onírica: Lynch sabe encontrar la linea entre lo real y lo irreal y clavarse en medio. Lamentablemente esta manera de proceder se cobra su precio en muchas secuencias innecesarias (o demasiado largas) y en un montaje que no hace demasiado por llamar la atención. Del apartado visual destacan los fabulosos decorados artesanales, que abundan durante toda la película y aportan una enorme riqueza de escenarios. A nivel artístico, sin embargo, se echa de menos un poco más de coherencia estética, pues uno termina con la impresion de que se han ido tomando elementos de forma arbitraria para crear un pastiche.
Los actores, correctos, aunque algunos de ellos estén caracterizados bordeando el ridículo. El guión resulta insuficiente pese a ser adaptación de un libro y el principal defecto de la película es su falta de rumbo al principio, y su falta de ritmo al final. Su ambientación densa y peculiar, que habitualmente sería una virtud, termina jugando en su contra, ya que como producto de entretenimiento resulta espesa, confusa como historia y demasiado arbitraria como experiencia audiovisual. Los efectos especiales no están mal para ser una película de 1984. Pero desde la perspectiva actual son del todo insuficientes por mucho que seamos condescendientes.
Conclusión:
Dune no es una mala película, pero juraría que tampoco es una buena película. Tiene aciertos plenos, como es la ambientación peculiar y el enfoque original del rodaje. Pero terminan pesando demasiado sus fallos, y en su conjunto se muestra como un producto inconsistente, que quiere ser muchas cosas a la vez y a penas consigue ser una sucesión de planos y secuencias a medio camino entre lo concreto, lo abstracto y lo aleatorio. Si quieres una película distinta para perderte en ella y no hacer demasiadas preguntas, Dune puede ser una buena elección. Si tus expectativas son más concretas… huye.